jueves, 13 de junio de 2002
Los seguros y la inflación

Alonso Núñez del Prado S.

Aún cuando no tengo cifras a la mano, puedo afirmar casi con seguridad que la inflación en los costos de la salud, (clínicas, fármacos, honorarios médicos, etc.) en los últimos doce años ha sido descomunal, por lo menos si la comparamos con la inflación general. Los precios de los servicios de salud se han incrementado en proporciones que prefiero no especificar, por no disponer de los datos en este momento.

La pregunta que aparece de inmediato es: ¿Por qué? Cómo es posible que en la salud, un servicio que necesitan todos, se haya dado este fenómeno. Antes de responder, quiero hacer notar que el problema se da en los sectores más altos (A y B) —los que tienen acceso a los seguros— y en consecuencia, este incremento no ha permitido pagar mejor a los trabajadores de la salud que atienden a los sectores populares.

La respuesta parece sencilla por lo obvia: el elemento que ha distorsionado los mecanismos de control de precios —en específico el de la oferta y la demanda— en un mercado libre, como el que hemos tenido en este período, ha sido el seguro médico. ¿Cómo? Sencillamente, porque cuando vamos a una clínica, al médico, al dentista, y tenemos seguro, permitimos que nos receten medicamentos, hagan análisis, exámenes y otros controles, no indispensables, que no aceptaríamos si no tuviéramos seguro. Entre la masa de personas aseguradas existe la falsa creencia que en esos casos la compañía de seguros es la que paga; pero como sabemos esa es una verdad a medias, ya que los aseguradores cada cierto tiempo reajustan sus primas en base a los resultados de cada uno de los ramos de seguros, en este caso el médico. Y ¿quién paga las primas? Si hay una verdad incuestionable es que los aseguradores a la larga no pierden; sino pregúntense ¿quién creen que va a pagar las grandes pérdidas de los atentados del 11 de septiembre?

Pero en el caso de nuestro país los aseguradores están siendo afectados por las consecuencias, al haberse olvidado que es necesario y hasta indispensable educar a sus clientes, haciéndoles entender que tienen que actuar como si no tuvieran seguro, porque a la larga ellos pagarán las primas. ¿Alguien recuerda cuanto costaba un seguro médico a fines de la década del ochenta? Hoy día hay mucha gente buscando alternativas, porque ya no pueden afrontar los costos de los seguros y la cantidad de clientes que están perdiendo los aseguradores es cada vez mayor, porque olvidaron que siempre hay un punto de quiebre en la capacidad adquisitiva de quien adquiere el producto. Si a esta situación le agregamos la crisis que vivimos, tenemos el problema que han empezado a vivir las compañías de seguros al percatarse de la deserción que están sufriendo en este rubro. ¿Cómo están reaccionando? Diseñando nuevos productos de más bajo costo —y menos coberturas— para captar a estas personas, pero olvidando el asunto de fondo: la educación de los asegurados.

En realidad, hay que reconocer que el problema antes descrito no es sólo nacional. El seguro médico como elemento que distorsiona la ley de la oferta y la demanda, ha sido motivo de preocupación, inclusive los Estados Unidos, donde observaron el mismo fenómeno: la inflación en salud era muy superior a la general y fue por eso que Hillary Clinton patrocinó una reforma en el sector, que nunca prosperó, quizá por los grandes intereses que estaban en juego.

Los aseguradores —no sólo peruanos— no han mostrado mayor interés, porque el incremento de los costos se lo trasladan a sus asegurados y sus márgenes —en general calculados en forma porcentual— también aumentan. Pero el caso estadounidense y del mundo desarrollado es diferente al nuestro. Allá la mayor parte de la población tiene seguro médico, mientras en nuestro caso es a la inversa. Por otro lado, aquí el seguro médico ha sido con frecuencia un negocio más financiero. Como por la competencia las primas no se podían subir a los niveles requeridos, se dilataba el pago a proveedores, más o menos, dependiendo del asegurador, haciéndose utilidad de esta manera, pero olvidándose que debería buscarse ampliar el numero de clientes, presionando para que la inflación en los costos de salud sea por lo menos similar a la de otros servicios. Y ¿cómo podrían hacerlo? Educando —como ya hemos dicho— a la población, en especial a sus clientes, haciéndolos conscientes que quien al final paga los servicios que se les prestan son ellos mismos, aún cuando esté el asegurador de por medio.

El presente debe considerarse más un aporte que una crítica. Soy un convencido de que los seguros son uno de los sistemas más beneficiosos inventados por el hombre. Permiten dispersar —atomizar— las pérdidas, haciéndolas llevaderas. Mediante un pequeño aporte cierto, nos vemos cubiertos de riesgos que de ocurrir, con frecuencia, no podríamos afrontar. Son incontables las empresas que no se hubieran creado o llevado a cabo si no existiera el mecanismo del seguro.

San Isidro, 13 de junio de 2002
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